martes, 9 de noviembre de 2010

Dialogos Con Borges! Roberto Alifano

-Borges, usted confesó alguna vez que en su vida había leído muy pocas novelas; entre ellas el Quijote, cuya segunda parte relee a menudo. Recientemente usted ha escrito un prólogo para una versión italiana del Quijote, ¿no cree que sería oportuno hablar de ese texto suyo y, por ende, de la obra capital de Cervantes?
-Lo primero que cabría decir es que en el Quijote hay, por lo menos, dos argumentos: uno, el argumento ostensible; es decir, la propia historia del ingenioso hidalgo, y el otro, el argumento íntimo, que yo creo que es el verdadero tema: la amistad de don Quijote y de Sancho. Ese es un tema que se ha repetido después en la literatura, quizá el ejemplo más famoso sea Bouvard et Pécuchet, de Gustave Flaubert, donde lo más importante es la amistad de esos dos infelices. Tenemos, luego, un ejemplo menor: El Fausto de Estanislao del Campo, cuyo verdadero argumento no es, como creía Leopoldo Lugones, la parodia del doctor Fausto, sino la amistad de los dos aparceros. Pero a mí se me ocurre que podemos pensar en un tercer argumento. Eso me ha llevado a concebir un cuento, que aún no he escrito y del que no puedo revelar nada, sobre el último capítulo del Quijote. Sólo puedo adelantar que ésta será la historia de Alonso Quijano que quiere ser Don Quijote y trata de serlo, ya sobre el final de su vida. De modo que ahí tenemos un tercer argumento. Sobre el primer argumento, el de las aventuras que todo el mundo conoce, recuerdo que dijo Juan Ramón Jiménez, que debemos imaginar un Quijote con otras aventuras, y que ese Quijote podría ser esencialmente el mismo. En este momento, sin embargo, las aventuras son lo que menos me interesa. Yo creo que lo que más interesa son los dos caracteres. Y a mí sobre todo, en la actual circunstancia en la que estoy a punto de escribir ese cuento sobre el Quijote, el último de ellos: es decir, el de Alonso Quijano que quiere ser al final de su vida don Quijote.
 
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-El Quijote está dividido en dos partes. Al comienzo don Quijote y Sancho son dos personajes un tanto inexplicables que se unen e inician sus aventuras y que reciben su esperada cuota de befas y de palizas. En cambio, en la segunda parte todo cambia. Cuando el hidalgo y su escudero hacen su otra salida ya la gente los conoce. Por consiguiente, todos los personajes de la segunda parte vienen a ser cómplices de la locura de don Quijote. Esa diferencia esencial la anota usted también en su ensayo anterior que escribió sobre la gran novela de Cervantes; además usted confiesa que se inclina por esa segunda parte, ¿no es así?
-Es cierto. Yo creo que esa segunda parte Cervantes la escribió diez años después. Ahora, como usted dice, cuando hacen esa otra salida ya la gente los conoce y todos son cómplices de la locura de Don Quijote. El ejemplo más evidente sería el de los duques. Cuando ellos llegan al palacio, todo está preparado y arman una serie de bromas para fomentar esa locura de Don Quijote. Luego está la historia de Clavileño, y también podríamos citar al bachiller Sansón Carrasco que quiere curar su locura a Don Quijote. Eso crea una diferencia muy importante entre la primera y la segunda parte.
 
-La frase aquella “nunca segundas partes fueron buenas”, es atribuida a Cervantes. ¡Qué paradoja, no!
-Bueno, según se ha dicho, Cervantes nunca tuvo demasiada confianza en la segunda parte del Quijote. Yo creo, sin embargo, que siempre segundas partes fueron buenas. En esa parte, Cervantes prescinde de esos burdos percances físicos y todo lo que ocurre es distinto. Es sentimental, es psicológico, ya no hay tantos golpes, ya no hay cosas que eran terribles, graciosas y, al mismo tiempo, novedosas, como la aventura de los molinos. Podríamos decir también que cuando Cervantes empezó a escribir Don Quijote, él lo conocía muy poco a Alonso Quijano. Quizá eso suceda con todo libro. Si uno empieza a escribir un libro, uno va compenetrándose con los personajes; en este caso con el personaje Alonso Quijano o Don Quijote. Ahora está aquello que señaló Paul Groussac: que en su primera versión, Don Quijote había sido una novela ejemplar como las otras. En la primera parte, Cervantes vio las posibilidades cómicas para él y para su época, posibilidades que eran graciosas en la acción. En la segunda parte, en cambio, vio las posibilidades patéticas.
 
-Indudablemente eso es lo que hace que todo se desarrolle de una manera distinta y que el personaje también sea distinto...
-Sí. Y en los últimos capítulos, cuando leemos la derrota del hidalgo en Barcelona, su regreso a la aldea, Sancho que se arrodilla y da gracias a Dios, y luego la muerte de Alonso Quijano; es indudable que en esas líneas Cervantes sintió la muerte de Don Quijote como algo propio, como algo muy triste. Triste para los lectores y triste para Alonso Quijano, que muere confesando que no ha sido Don Quijote. Pero también triste para Cervantes, que narra la muerte de su personaje con estas palabras: “entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió”. En aquel momento, uno espera una frase literaria; una frase ambiciosa, como por ejemplo, las palabras de Shakespeare al morir Hamlet, pero no; se ve que Cervantes está tan emocionado al despedirse de nuestro amigo y de su amigo, que vacila y concluye finalmente con aquellas palabras: “dio su espíritu”, y luego explica: “quiero decir que se murió”, desechando así toda posibilidad retórica. Cervantes está profundamente, sinceramente emocionado al quedarse solo.
 
-Al comienzo del Quijote, las primeras palabras que escribe Cervantes son también sorprendentes. Al leer esas líneas uno ya presiente que está ante un escritor de genio...
-Es verdad. Yo creo que esas palabras iniciales deben ser estudiadas por todos aquellos que escribimos relatos. Yo las recuerdo de memoria; nunca se me han olvidado, y le aclaro que las aprendí de muy chico. “En un lugar de la Mancha -dice Cervantes-, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor...” Esa primera frase es admirable. Cuando uno lee un libro, uno está rodeado de su mundo cotidiano, y luego uno tiene que pasar a otro mundo que es el mundo del libro. Esa frase larga al principio me parece muy acertada, porque cuando uno la lee, ya se ha olvidado de muchas de las cosas que lo rodean. Yo, por ejemplo, leo esa frase y me lleno de ese mundo que nos propone Cervantes.
-No sé si recuerda que en su ensayo sobre el Quijote, al referirse a ese capítulo, Paul Groussac dice que parece una crueldad recordar que Cervantes tenía más tiempo para pulir su estilo ya que esa parte la escribe en la cárcel.
-Bueno, que me perdone Groussac pero yo he llegado a otra conclusión; me parece que esa circunstancia no tiene demasiado que ver con el tono de Cervantes. Tal vez la eficacia del Quijote se debe, sobre todo, a lo que podríamos llamar la voz de Cervantes; una voz amable y natural. Muchas veces él nos cuenta cosas triviales, hechos de una importancia relativa que pueden no agregar mucho, pero las cuenta con cariño. Cervantes se detiene en ciertas circunstancias que en sí no son ingeniosas, pero uno siente que él está atento a todo, que no nos miente en ningún momento. Cervantes siempre está viendo -viendo con la imaginación se entiende- todo lo que nos narra. Y así uno lo siente a Cervantes, siente cómo le agradan a él las pequeñas sorpresas; el hecho de que el caballero del verde gabán tenga un verde gabán; la descripción de la casa... Cervantes está interesado en todo eso, está interesado con indulgencia y con cariño sobre todo y, al mismo tiempo, con cierta sorna.
 
-¿Atribuiría usted la inmortalidad del Quijote a esto último que ha referido sobre su autor?
-Sí. Yo creo que se debe sobre todo a esa voz de Cervantes. Pero voy a decir otra cosa del Quijote que podría decirse también de Hamlet y quizá explicaría más a este último: todos creemos en el príncipe Hamlet, todos creemos en Polonio, todos creemos en Ofelia, podemos creer también en el rey; sin embargo, no creemos en la historia de Hamlet. Eso se debe al hecho de que Shakespeare tomaba una historia cualquiera y luego la imaginaba. Bernard Shaw dijo que en la obra de Shakespeare hay que distinguir siempre los argumentos que son tremebundos y los caracteres que no lo son. Es imposible, por ejemplo, creer en el último acto de Hamlet, donde se matan todos, pero sí creemos en Hamlet. Hamlet es un personaje eterno en la memoria de los hombres. Don Quijote también. En mi prólogo, yo digo que podemos imaginar que en el curso de los siglos, desaparecen todos los ejemplares del Quijote, desaparece el libro, pero que yo estoy seguro de que la imagen del hidalgo y de su escudero no se borrará, porque esos personajes ya son parte de la memoria de los hombres.

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